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Jose Ignacio CejudoMuchas cosas han cambiado, o están en proceso de cambiarse, desde que Javier Tebas fuese proclamado presidente de la Liga de Fútbol Profesional. Llegó con un aire quijotesco, con la experiencia de más de una década como vicepresidente, dispuesto a renovar las entrañas del fútbol español en su búsqueda por adecuarlo al resto de campeonatos europeos. La razón que posee en una parte de los frentes abiertos se pierde en los métodos aplicados para erradicar la violencia.

Entre sus primeras propuestas se encontraba un reparto equitativo de los derechos televisivos, siempre con la Premier League como ejemplo a seguir. Pese a mantenerse firme en esa lucha, exigiendo el apoyo del Gobierno, sus “molinos” particulares siguen obrando con libertad. En este conflicto, denunció la falta de cooperación de Ángel María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol. No ha sido hasta hoy, casi dos años más tarde, cuando la RFEF por mediación de su secretario general Jorge Pérez, ha abierto un canal de diálogo.

Desde que asumiera su mandato, Javier Tebas ha declarado una guerra incondicional al amaño de partidos. La última amenaza se cierne sobre el Club Atlético Osasuna, con supuestos acuerdos que finalmente no lograron la permanencia del club en la máxima categoría. No obstante, y a pesar del considerable peso de este posible fraude, la principal piedra en la “era Tebas” ha sido la muerte del ultra de Riazor Blues, “Jimmy”. La impunidad con que violentos y radicales acceden cada domingo a un estadio de fútbol, amparados en la insuficiente y ridícula excusa de la entrega incondicional por los colores, quedó en franca evidencia.

El mecanismo se activó al instante. La reacción quiso ser tan inmediata que se volvió un insulto a la gravedad del problema; se quiso resolver tan sencilla y rádicalmente que al final, meses más tarde, todo sigue como estaba. Frente Atlético y Riazor Blues siguen accediendo al estadio, de una forma o de otra, ante la cobardía y vergüenza de los directivos y de la propia LFP.

Javier Tebas tenía que hacer algo y decidió controlar lo incontrolable o lo que es peor; lo que es inútil controlar. En su afán por erradicar la violencia del fútbol se propuso castigar los insultos y cánticos de los espectadores, desde el más absurdo. Antiviolencia denunció un “¡Negredo, maricón!” en Los Cármenes, un hecho que sorprendió al propio delantero. La película se repite cada fin de semana. La Comisión Antiviolencia recibe regularmente informes de la LFP denunciando mensajes desde la grada que, según su nueva política de lo moral y lo ético, resultan incompatibles con el espíritu deportivo.

Ahora, LFP y RFEF pretenden castigar las acciones antideportivas de los mismos futbolistas dentro del terreno de juego. Así llegamos a lo que nos concierne. El organismo que Villar preside como si fuera su cortijo ha castigado con dos partidos de sanción a Adrián Colunga, por una entrada probablemente más cercana de la amarilla que de la roja, y cuatro a Youssef El-Arabi e Iván Ramis por unos empujones, sin que llegase a existir agresión alguna. Cómplices así de la ya criticada decisión del colegiado Álvarez Izquierdo. Una medida ejemplarizante que se sale de madre, que es un insulto a las instituciones afectadas y que hace reír al propio fútbol, con lo que éste ha albertado a lo largo de su historia.

Lo peor de la historia es que si ambos -LFP y RFEF- deciden meterse en ese ‘fregao’, deberían hacerlo equitativamente y sin pesar el escudo que sancionan. Entrando con todo, no limitándose a calibrar la gravedad de una acción señalada en el acta. Véanse las patadas de Jordi Alba a un rival en el suelo o la entrada de Aarón sobre Bale en el Martínez Valero. Una de las agresiones más recientes y más sonadas en el fútbol español fue la de Cristiano Ronaldo a Edimar; el portugués conformó un pack con patada sin balón y mano en el rostro de un rival, más gestos despectivos al Arcángel de Córdoba, recibiendo por ello la friolera de dos partidos de sanción. Claro, el tercero era en el Calderón. Una vez más, hipocresía.

Informa Ideal que el Granada pretende recurrir a Apelación y al Tribunal Administrativo del Deporte si fuese necesario. Lo curioso es que el hecho ha servido para que dos rivales directos por el descenso, dos equipos que querían destriparse el pasado lunes, ahora se dan la mano contra estos enemigos comunes. Hay que recordar que ya no hablamos de las decisiones en caliente de Álvarez Izquierdo. LFP y RFEF en todo su esplendor, erradicando la violencia con auténticas agresiones a los más débiles en forma de sanciones. Hipocresía, cobardía y cabezas de turco.