Sevilla Barcelona 04132015

El conjunto andaluz aúna lo visceral de su afición con la cabeza fría de su técnico

Viene el Sevilla de recordar, más que nunca, que los partidos de fútbol duran noventa minutos, normalmente un poco más que eso. Una lección que en este momento presume de enseñar pero en la que suele llevarse más de un susto y más de un suspenso que termina salvando. El propio Sevilla, de hecho, olvida a veces que los partidos de fútbol duran noventa minutos, normalmente un poco más que eso.

Tiene tanta conexión este Sevilla con los fieles que se dan cita en un Sánchez Pizjuán que invita a replantearse si fue primero el club o la afición, quién el replicante. Un Sánchez Pizjuán que además tiene algo de nómada bisoño, pues cada dos semanas amanece el domingo en un punto distinto del país para terminar regresando al pie de la Giralda. Al final, para entender el sevillismo uno tiene que acogerse bien a la explicación religiosa de que como Dios está en todos sitios, bien a la urbanita,que contempla a los sevillistas repartidos en distintas centralitas como grupos de estudiantes españoles en cualquier ciudad europea. Un rasgo que comparte con sus vecinos de verde y blanco.

Lo cierto es que el sevillismo sonríe porque está de moda desde hace diez años. Desde entonces, su único enemigo ha sido su propia exigencia. El Sevilla es puro fuego pero ha casado bien con Unai Emery, un tipo inquieto con hielo en la mirada y decisiones acertadas. Un estratega que se las ve en cada partido con el pulso de un equipo que se siente poderoso y que baja el pistón cuando ve las cosas sencillas, como pasó en Granada para no ir más lejos en Copa del Rey. Pudo matar la eliminatoria y destruir a los locales, pero decidió darles vida y permitirles un gol. Un equipo sólido y salvajemente competitivo que saca lo mejor de sí cuando más se le exige, que no se arruga en momentos clave.

Una carta que el Sevilla conoce tan bien que termina sacándole provecho. Viene de remontar ante Zénit y FC Barcelona demostrando que posee dos poderosas armas. Una, la gran cantidad de variables y de piezas de las que dispone. La otra, la inteligencia de Unai Emery para aplicarlas. Su sapiencia. Emery fue el elegido para armar un Sevilla que perdía a Jesús Navas y decidió darle un rol distinto a los jugadores de banda, relegando la misión de llegar a línea de fondo a dos laterales profundos y primando la movilidad en zonas interiores, desplazando rivales para abrir huecos por los que entrar de forma vertical hacia el arco. Vitolo lo entendió desde el principio.

Presumiblemente, el Sevilla rotará en Granada por el desgaste de una Europa League que vuelve la semana más próxima con un envite de categoría en San Petesburgo, y es que el campeón no se cansa de serlo. No podrá confiarse porque ya sabe lo que ocurre cuando esto sucede, y el Granada ha prometido guerra, con el mismo halo que desprende un político, todo sea dicho. Bajo palos seguirá Sergio Rico, canterano que alterna errores con ángel, que lo llaman. En punta podría repetir titularidad Gameiro, sustituido temprano por Bacca. El francés, infalible cuando sale desde el banquillo, presenta cierta alergia a la titularidad, condición que parece no incomodarle en exceso.

Si el Sevilla sigue siendo el equipo feroz al espacio pero también capaz de manejar el tempo que ha sido hasta ahora. Pocas opciones tendrá el Granada, que balancea entre creerse o no que tiene opciones de salvarse. Su rival necesita tensión y quiere conquistar una plaza ‘Champions’. Los sevillistas cuentan con recursos, frialdad en la pizarra y noventa minutos. Queda saber cómo los gestiona.