El ucraniano se ha hecho con la titularidad a base de trabajo y complicidad con el gol

Artem luce Kravets sobre el ‘24’ y es ucraniano. Es desgarbado y torpe, pero marca goles. Si se realizara un sondeo en Los Cármenes, la mayoría no sabría responder de qué equipo vino. Tampoco su edad, pues por el trote parece un retirado de vuelta. Sí que anota y suma, con la rojiblanca y con su selección. Si no se mirara el casillero, alguno no sabría explicar ni por qué juega.

Artem, Kravets, es invisible. Juega pero no se aprecia. Lo hace en punta, el más alejado de Ochoa y en los últimos partidos, junto al mexicano, siendo el más destacado. Se mueve despacio y entre interrogaciones, como en plena adaptación no al Granada sino al deporte. Su fútbol no es de memoria ni de intuición; se toma su tiempo en pensar cada acción y, a veces, le roban la cartera. Luego se venga, con gol o asistencia.

Le cuesta respirar fuera del área, a Artem, como si lo hiciera por branquias y esta fuera una pecera. Es tosco como si hubiera aprendido el fútbol hace un par de temporadas y viniera del baloncesto. No tiene carisma y le da igual, como no saber demasiado de asociarse con sus compañeros. Comprende que le pagan para otras cosas.

La principal, y no sola pero casi, cualidad de Artem es el instinto. De la mano de la insistencia, pesado él. Siempre acude y no se quita el gol de la cabeza. Los tantos los madura y estos caen por su peso, nunca antes de tiempo y por ello, alguna vez, tarde. Golea en silencio y hace con las manos un corazón, que de tan serio que es no le da ni fama de romántico.

El fútbol sigue siendo tan ingenuo que todavía los defensas persiguen al grandote como si la estatura fuera un peligro ‘per se’, incluso en el centro del campo. Artem genera espacios que aprovechan sus compañeros, una labor muda que nunca reivindica.

Artem es un jugador como soviético, de época e ideología extinta. Es un delantero de los del Belén de Caparrós y Clemente, ahora que es Navidad. Sólo le interesa tocar el balón para anotar, y no entiende a qué juega un mediocentro. Vale más su cabeza que sus pies, por lo que no opta a la Bota sino a la Frente de Oro. Artem presiona porque le han dicho que recuperando el balón en esa zona es más fácil marcar. Si no, sería imposible convencerlo.

Artem negocia un pacto con el Diablo por el gol y pone sobre la mesa todo lo demás, como la simpatía. Poco a poco se hace indiscutible y pretende hacer olvidar a un marroquí en el que nadie había reparado hasta ahora. Artem no da los buenos días; él marca goles. En su defecto, los da.

Foto: Olga Arévalo | Granada CFWeb