Más allá de la nostalgia, hay un motivo. Uno, tres o cientos de ellos. Decía un importante escritor árabe: «¿Qué valor tiene la nostalgia del pasado? Quizás el pasado siga siendo el opio de los sentimentales. Lo peor que te puede pasar es tener un corazón nostálgico y una mente escéptica. Así que digamos cualquier cosa, mientras sigamos sin creer en nada…». La frase, obra de Naguib Mahfuz -Primer Premio Nobel de Literatura que escribía en árabe-, era demasiado extensa para aparecer en el sobre de un azucarillo, pero no por ello es menos cierta. Decir «cualquier cosa» parece una consigna del nuevo periodismo actual. Permanecer en la incredulidad, el nuevo sino de gran parte del granadinismo. Aunque realmente lo primero que perdió la grada no fue la fe, ni tampoco la capacidad de soñar. Lo primero en morir fue esa estrecha relación que existía entre afición y equipo, a pesar de los intentos de la primera por mantener al segundo con vida. No con ello quiero decir que la afición no haya estado apoyando al equipo, y es que no se pueden hacer grandes reproches al aficionado rojiblanco -y ojo, hablo del aficionado del Granada, no de aquel que tiene en el club rojiblanco la excusa perfecta para animar a sus «Messias y Cristianos» cerca de casa-.
Ha llegado el descenso y/o mayo. No sé qué ha sido más motivo y qué más circunstancia. La nostalgia aparece, como por arte de magia, en el corazón de todo aficionado filipino de pro. Es incomprensible no echar de menos aquellos tiempos en los que uno se enorgullecía de ser del equipo de la capital granadina. De verlo cada semana, desplazándote incluso a barrizales vestidos de campo de fútbol o sintonizando la televisión autonómica del equipo local de turno. Yo -y quiero hacer hincapié en que este texto no tiene porqué ser compartido de pe a pa por usted, querido lector- no recuerdo una temporada más nefasta que esta que recién termina. Recuerdo momentos puntuales, malas decisiones y el infortunio de varias tardes que parecían dispuestas para albergar la gloria en Los Cármenes. Recuerdo a Notario estirándose inútilmente mientras aquel balón de Aguilar enmudecía a mi padre. Recuerdo a Juanjo Martínez peinando al Quintanar. Y así otras tantas fatalidades que acompañaron al aficionado rojiblanco y lo hicieron valorar aquel gol de Ighalo en Elx o, antes, aquella tarde en Santo Domingo de Alcorcón.
Pues no. En ninguna de aquellas ocasiones dejé de creer, ni deje de achacar el fracaso a la mala suerte que compartimos los equipos rojiblancos. Me es inútil pensar en una campaña tan descorazonadora y una plantilla tan pusilánime. De hecho, ahora es imposible pensar en mala suerte, tan imposible como dejar de pensar en el despropósito que ha resultado ser la campaña más ilusionante de la historia de el Granada CF. De la ilusión al hartazgo, al pasotismo obligado, a la resignación cada fin de semana y al inevitable vacío cuando, a pesar de la pena, todos supimos que la trayectoria del Granada de agosto a hoy día, no merecía otro destino que la Segunda División. Un ridículo deportivo con, no pocos culpables, que ha deteriorado la relación entre afición y equipo hasta dejarla moribunda. Aclaro que me refiero a este equipo, esta plantilla confeccionada con las promesas de otros equipos y en la que se ha echado en falta alguien que quiera la camiseta. Que la honre y tatúe cada domingo el escudo en su piel.
Echar en falta. Nostalgia. Porque uno no echa en falta -normalmente- sino aquello que ha tenido y perdido. Temporalmente, esperemos por el bien de la parroquia rojiblanca. Porque en este fracaso, o mejor dicho, tras este descenso, la nostalgia ocupa un lugar tan providencial como la misma esperanza. Si la historia es cíclica, y parece que así es, bien haríamos en dejarnos guiar por la nostalgia. La nueva categoría no es un castigo, el castigo han sido un total de treinta y ocho encuentros en los que el nombre y los símbolos del club han quedado en entredicho. La Segunda División es, para mí al menos y desde el día de hoy, una ventana a una nueva historia, una con final feliz. Apoyémonos en la nostalgia para crear de nuevo al mejor Granada posible sin importar en qué categoría milite. Echemos la vista atrás para copiar lo bueno y sumar a la causa a gente comprometida con la Eterna Lucha, con el Luchar para Ganar.
Y lo digo convencido porque no hace falta echar la vista mucho atrás en el tiempo. La mayoría de jugadores que hicieron de nuevo grande al Granada siguen en el mercado, siguen en activo y han lamentado profundamente la situación actual del equipo. No quiero decir con esto que la plantilla sea recuperada en su totalidad, pero no soy ajeno a los debates que, incipientes, se muestran en el seno de una afición cansada de jugadores de exóticas procedencias, con mucho que demostrar y con el futuro bien lejos de Los Cármenes desde el día en que se selló su cesión. Cansados de ser la Torre de Babel de los vestuarios españoles, con jugadores que son más intérpretes de unos y de otros que compañeros de los mismos. La afición pide caras conocidas, pide gente que haya amado al club. Y esas personas tienen nombres. Piden que Manolo Lucena o Diego Mainz sigan vinculados al club de la manera que sea, sabedores de que su tiempo en el verde pasó. Piden el regreso de Ighalo -cuyo salario en China imposibilita por ahora su vuelta-. Pero hay otros muchos casos en los que, ¿por qué no? ¿Qué lo impediría de existir el deseo en el club y el jugador? Carlos Ruiz, Guilherme Siqueira, Mikel Rico y, sobre todo, Dani Benítez.
Todos con una situación de mercado entendible. Con Carlos Ruiz loco por ascender a Primera, y ¿qué mejor que en Granada si no alcanzase en las islas?. Con el lateral brasileño en el ostracismo de Mestalla. Con Mikel Rico finalizando su etapa en el Athletic con poco protagonismo. Y con el balear reencontrándose con su mejor fútbol en el grupo primero de la Segunda B. Son solo algunos de los ejemplos de aquellos futbolistas que podrían aportar y mucho al equipo. Dotarlo de la personalidad perdida, siendo además muy válidos para la categoría de plata. No quiero que su fichaje, si pasara de sueño a realidad, fuese un homenaje, que sean asiduos del palco del feudo nazarí, ni que su estatus en el equipo sea poco más que el de una mascota. No. Porque todos esos jugadores están preparados para jugar, más aún con el plus que concede el sentir un escudo, el honrar una camiseta. Quiero creer que hay algo más allá de la nostalgia que me ha inundado hoy ante el teclado.
Si esta opinión la abría el señor Mahfuz, permítame querido lector que la cierre otro escritor de renombre. Y es que la frase del poeta colombiano, José Asunción Silva, me viene que ni pintada. Y es que…
«Tengo nostalgia de nuestros domingos por la tarde».
Foto: Archivo Granada CF Web || Toni Juárez