La detención de Quique Pina por supuesto blanqueo de capitales duele. Pero no lo hace por respeto al personaje que se esconde detrás del nombre, pues será el tiempo el que dicte si es inocente o no, sino que el dolor incide directamente en la línea de flotación del Granada. En la de su identidad. Porque es inevitable que el nombre del club quede manchado por las insinuaciones y los mensajes cruzados -en algunos casos manipulados-. Porque si Pina robó o si Pina se lucró gracias al fútbol granadino de manera ilícita, habría que hacer el sano ejercicio de separar el grano de la paja.
Dice un famoso cántico que suena habitualmente en Los Cármenes que «pasa el tiempo, pasa la gente, jugadores y presidentes y nosotros aquí presentes animando hasta la muerte». Cuando el presidente se apellidaba en castellano y no en chino, escuchar esas rimas casi sonaba profético. A nadie en el ambiente granadinista escapaba que algo extraño sucedía con sus dirigentes. No en vano, el club había pasado de 2ªB a Primera en apenas dos temporadas. Había acabado con una deuda y una crisis económica que a punto estuvo de costarle la vida al Granada. Por lo que las dudas estaban presentes. Sobre todo cuando el aficionado echaba la vista atrás y se acordaba de los Pedro Ruiz y sucedáneos y recordaba que aquellos homéopatas del fútbol habían llegado al club rojiblanco para llevarse la poca sangre que aún tenía una entidad moribunda.
Quizá aquello distrajo la mirada crítica del granadinista. Como el que sabe que una relación es tóxica y no va a buen puerto pero prefiere quedarse con el aquí y ahora. Inocente ante su futuro. Por eso el granadinismo dejó pasar situaciones extravagantes escondidas en bolsas de basura repletas de euros. Por eso el «runrún» de cada salvación milagrosa sacaba a relucir en algunos aficionados una fe que ya quisiera para si la religión más fervorosa. Habría que mirar atrás con la ventaja que dan los años y la experiencia para saber qué se hizo mal y qué se permitió hacer.
Pero una cosa es la autocrítica y otra el suicidio. Porque el Granada Club de Fútbol no es el Granada Club de Fútbol de Quique Pina. Ni siquiera lo es de John Jiang. El Granada pertenece a sus aficionados aunque ahora el romanticismo del fútbol los haya convertido en acciones de bolsa. Este club es su historia. La del pichichi Porta. La de los descensos al infierno y el resurgir desde la nada. Con Pina presente. Con Pina ausente. Lo que hiciera extradeportivamente nada tiene que manchar la imagen de esta entidad.
Porque nadie empujó aquel balón de Ighalo ante Jaime en el Martínez Valero más que las ganas de volver a Primera. Nadie convirtió a un desconocido Siqueira en el deseo de media Europa. Cristiano Ronaldo no ha vuelto a marcarse un gol en propia. Ese gol lo metió Brahimi. Pinto lo sabe y la sentencia que aquello le supuso al ‘Tata’ Martino también. El año en que la salvación vino holgada para poder despedir como se merecía a Manolo Lucena. Lucas Alcaraz es granadinismo. Cada gol. Cada tanto en contra en el descuento y otra semana más enfadados. Cada aficionado desde la grada incapaz de aprenderse el nombre de ese nuevo jugador del mercado de invierno. Eso es ser del Granada Club de Fútbol. No es un presidente. No son la corruptelas de un fútbol moderno en donde la pulcritud es una virtud y no la norma general.
Pasará el tiempo. Pasará la gente. Pero la afición y el sentimiento de pertenencia al Granada continuará presente. Quique Pina quizá haya podido robar. Pina quizá haya podido lucrarse ilícitamente en Granada, Cádiz o Lorca. Pero él no era el Granada. Aunque hubiese quien creyera que su figura se asemejaba más a una deidad que a la de un mero mandatario con fecha de caducidad. Por eso se equivocarán quienes quieran manchar la imagen de un club apelando a quienes los dirigieron alguna vez.
El Granada, como cualquier equipo que enfada a un aficionado porque no lo ve ganar, es algo más que una simple empresa deportiva. Aquí no vale el dinero. Tan solo sirve de salvoconducto para permitir que la pelota ruede cada domingo. Y si algún día no llegara a estar, a remangarse de nuevo y a llenar de 5.000 filipinos Los Cármenes. Entonces será rojiblanco horizontal quien lo merezca.