El granadinismo vuelve a llorar como si a un niño le robasen su juguete más preciado tras la visita de los Reyes Magos. El granadinista que soltó lágrimas profundas cuando su equipo transitaba por el desierto de los campos de Tercera División y que vio como su club se arrodillaba sobre el césped del Nuevo Los Cármenes, vuelve a sentir el miedo. El miedo a la incertidumbre, el miedo al fracaso y la desesperación de no saber a quién le pertenecen sus sentimientos. Pasiones y sentimientos reconvertidos en gráficas de marketing deportivo.

Un producto muy bonito en varias manos de diferentes orígenes que resulta ser muy atractivo en el nuevo deporte; el de las finanzas y el orden económico pero resulta ser defectuoso en lo verdaderamente importante. El deporte parece ser lo que menos importa en este proyecto fabricado en un laboratorio, caracterizado por lo artificial mientras busca recuperar la esencia desde la galería. Un escaparate de juguetes preciosos que se divisan desde un cuidadoso y artesanal cristal de Bohemia que resulta ser una simple plancha de metraquilato transparente de cristal. Un hogar ´bunkerizado´ con materiales muy blandos que se asemeja al éxito de Netflix: «La Casa de Papel».

La actual directiva prometió una corazonada aunque siempre faltó el adjetivo calificativo que acompañase a tal latido del corazón filipino y aún está por calificar; soñemos porque sea la que el granadinismo anhela. Un órgano vital que se paró muchísimas veces en los últimos años para conseguir finalmente latidos positivos cuando un portero de Chauchina llamado Gustavo atrapaba el balón en cada penalti lanzado por el Linense para intentar volver a Segunda B. El palpito del ascenso en Alcorcón, los segundos previos al lanzamiento errado de Michu y la jugada que todos vemos en alta definición con los ojos cerrados, la de Odion Jude Ighalo en Elche, sumadas a todas las permanencias al límite en la élite. Corazonadas muy positivas.

El problema es que existen las corazonadas malas y los augurios negativos que sobrevuelan sobre las mentes de los 10.000, donde me incluyo, que volvieron a dar su voto de confianza a gestores que realmente siguen siendo caras conocidas pero perfectamente desconocidos. El granadinista no quiere empezar a creer en la otra corazonada, en una mala corazonada si el barco no cambia el rumbo hacía donde marcha sin parecer importarle demasiado a los que lo dirigen. Este Granada ha cambiado de trabajadores pero sigue viviendo de experimentos extraños como apostar por Tony Adams para «patear el culo» y finalmente llevarse siete derrotas en la mochila colocando a canteranos en minutos residuales para rebajar la tensión con el público o dejar a jugadores jóvenes con contrato como Rui Silva sin debutar. Salvando las distancias, la experiencia de Morilla se empieza a relacionar con el desastroso ‘experimento Adams’, se apuesta por él y el resultado final está siendo esto. Más allá de la tímida entrevista de Manolo Salvador por parte del club, influenciada por las continuas críticas, no existen ni comparecencias públicas, ni ratificaciones de verdad, ni nada por el estilo y el peso de una honorable institución de 87 años de vida recae sobre un sevillano que habla dos veces por semana y al que le viene demasiado grande el banquillo del Granada. Morilla no es el culpable, él vino para ser el secretario técnico y lo han expuesto a ser el saco de boxeo que recibe todos los palos y azotes. Por cierto, uno de los poquitos de la directiva que se salvó de la tabula rasa de Jiang tras quedar colistas en Primera.

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Nadie aparece, nadie asume responsabilidades, nadie toca la fibra sensible del granadinista y vuelve a existir un silencio de funeral en la institución deportiva. Las breves declaraciones de Salvador solo son un breve maquillaje a todo lo anterior. Los únicos alicientes para creer en otro rumbo han venido desde la propia afición deshidratada de ilusiones pero con la eterna lucha como mentalidad, y es que nadie les regaló nada. Hasta un acontecimiento lógico como llenar el estadio ha venido impulsado por el clamor de la propia grada, que no entendía como nadie de dentro buscaba recuperar las grandes tardes de la plaza granadina. Este barco solo traza una buena dirección si sus tripulantes luchan contra viento y marea pese a un timón que no termina de funcionar.

El Granada echa de menos un capitán del buque, una voz contundente en los momentos complicados, alguien que baje al vestuario y sepa dar toques de atención pudiendo reenganchar a su afición en los momentos duros. Los brazos cruzados no valen en un club que ha vivido tanto y ha sido tan defenestrado en ciertas épocas como para que el verdadero patrimonio, el humano, vuelva a perder las ganas de «creer en lo más importante de las cosas menos importantes» como dijo Valdano.

Quizá lo más importante sigue siendo que pese a tanto despropósito sigue habiendo nietas, hijos y abuelas que ven en una camiseta del Granada, una bufanda rojiblanca y un balón con el escudo, su mejor regalo. El juguete que todos y todas volveríamos a elegir siempre. El juguete del Granada Club de Fútbol, el de toda la vida.

Foto: La Liga