A estas horas de la noche, Los Cármenes vivía su último partido con público en la semifinal ante el Athletic Club

Justo cuando se ha publicado esta pieza, usted estaba alentando a los jugadores del Granada CF a la vuelta del descanso en las semifinales de Copa del Rey. Momentáneamente, el Athletic Club estaba clasificado por el gol anotado en San Mamés en la ida. El caso es que del gol psicológico ya se encargó la afición en aquel recibimiento multitudinario y nunca antes visto en Pintor Manuel Maldonado.

Nunca antes se vivió en Granada un ambiente como el de aquel 5 de marzo -y días anteriores-. Toda una provincia se volcó con su equipo para darle la vuelta, algo impensable hace años por la hegemonía de Barcelona y Madrid y las vueltas de los rojiblancos por campos como los de Motril o Loja en Tercera. El recibimiento de los alumnos de la Sagrada Familia en el hotel con sus camisetas, los mensajes en los autobuses de línea o el metropolitano, las banderas en los pueblos del cinturón… Se dieron todos los ingredientes para que cualquier persona disputara ese partido histórico.

Una vez metidos en el partido, Diego Martínez y sus pupilos salieron a dejarse el alma sobre el verde, nada nuevo desde que el brujo de Vigo aterrizó en la capital granadina. Con la baja sensible de Soldado, el guion estaba inclinado hacia la figura de Carlos Fernández, que tras un gran centro de Machís, hizo soñar a las 22.500 personas congregadas en Los Cármenes. A quince del final, el mariscal Germán quiso dejar su huella en la cita contestando con la testa a un saque de esquina de nuevo de Darwin Machís. El Granada estaba en la final con ese resultado. Fue el gol de nuestras vidas, casi el más celebrado por todo lo que significaba. Tanto que el que aquí escribe se vio con tres compañeros de prensa encima antes de poder levantar los brazos.

Pero esto solo fue un espejismo. El nombre de Yuri sigue retumbando con fuerza en la cabeza de todos los granadinistas, que anotó en el 81′. Nueve minutos separaron a los rojiblancos de una final, dejando abatidos a la mayoría de los allí presentes. Sin embargo, con el pitido final se dio otra imagen para el recuerdo sobre el tapete del Zaidín: la comunión equipo-afición. Todos en pie animando a su equipo, porque a pesar del resultado, se dejaron el alma junto a todo el estadio.

El Granada ha cobrado su factura con el fútbol consiguiendo todos los hitos posteriores a esta semifinal. Pero aún queda una deuda pendiente con la Copa del Rey. No tengan ninguna duda de que algo así, tarde o temprano, se volverá a repetir sin soledad en los estadios, y con los abrazos y gritos de aquel 5 de marzo de 2020. Porque este equipo tiene sueños de campeón y los sueños nunca entendieron de tamaños.