Foto: Ana Miñón Rada.

Querido Diego:

Hace casi tres años que llegaste, o que volviste, mejor dicho a Granada. Aquel verano sonaban varios nombres que, tras un año de decepción, nos ilusionaban a todos los rojiblancos. Entonces se confirmó tu fichaje, que también venías de una temporada en la que el resultado final no fue el que tú querías. Llegados a este punto, tengo que ser sincero: yo fui de los que frunció el ceño con el anuncio, pero nadie es perfecto, y me alegro de haberme equivocado de manera tan contundente.

Recuerdo que ya en los primeros partidos me sorprendió la capacidad para acertar con todos y cada uno de los cambios, o el afán por construir la casa – que acabó siendo un palacio – desde los cimientos; haciéndonos fuertes atrás para luego golpear duramente delante. Poco a poco me iba enamorando del juego de un equipo que, para colmo, era el mío. Y me sentía identificado con la idea de quién lo dirigía. Recuerdo también la primera de tus ruedas de prensa a la que asistí. Ese día, tras acabar la comparecencia, te quedaste dialogando con algunos de los allí presentes sobre equipos históricos de nuestro fútbol, como el ‘EuroCelta’ o el ‘SúperDepor’. Luego, la conversación siguió y dejaste una frase que se me quedará siempre marcada en la memoria: «Es importante tener una idea propia, pero es imprescindible adaptarse a la idiosincrasia del club al que llegas». Qué razón. Y es que cuántos grandes entrenadores no habrán triunfado en destinos ilusionantes por esa misma razón.

Cuando eres niño y quieres ser futbolista siempre te fijas en aquellos jugadores a los que te pareces o te quieres parecer; y cuando creces y te das cuenta que para jugador ya no, te fijas en aquellos que desde el banquillo dirigen a los que juegan. Hay grandes técnicos: Guardiola, Simeone, Pochettino…, nombres enormes con ideas muy diferentes y buenas, a la vista está, aunque yo siempre pensé que estaba muy bien ser un friki de la posesión, o tener pasión por una defensa férrea, ¿pero por qué renunciar a cualquiera de esas cosas? ¿No será mejor usar cada herramienta cuando mejor funcione? Y llegaste tú y me diste ese ídolo en quien fijarme, esa persona a la que admirar.

En estos tres años ha habido momentos buenos y momentos malos, y sé que en algunas situaciones he sido más exigente con el equipo de lo que tocaba. Lo siento, espero que puedas perdonarme, pero no fue por ‘flipao’ sino porque siempre he creído que podías sacar cada partido adelante, como si fueses una especie de semidiós, que es en lo que te has convertido para toda la parroquia granadinista. Dejas un legado enorme en lo tangible con las semis de Copa, la clasificación a Europa, el ascenso, los cuartos de UEL… Hace siete años nos frotábamos los ojos con acabar una temporada sin pisar los puestos de descenso, hoy te vas después de dos años en los que tan sólo en tres jornadas dormimos por debajo del décimo puesto. Sin embargo, tu mayor legado siempre será en eso en lo que siempre has hecho tanto hincapié, esos intangibles tan importantes. Porque el lema del Granada es la ‘Eterna Lucha’, la de su afición, pero tú has sabido trasladarlo al campo, a los jugadores. Ahora, cada futbolista que se enfunde la rojiblanca horizontal sabrá que lucha por unos valores que de verdad existen y se le van a exigir hasta el final.

Son muchísimos los grandes recuerdos deportivos que guardo y guardaré de ti, aunque a pesar de todo lo que has conseguido, siempre me quedaré con los detalles humanos que has tenido. Siempre recordaré la ilusión que me hizo que recordaras mi nombre al contestarme una pregunta en rueda de prensa, y menos aún aquella charla en la última comparecencia en Segunda en la que te di las gracias por ser mi referente y te confesé que mi sueño era ser entrenador profesional, tú repartiste el mérito y me animaste a conseguirlo.

Hoy, el mismo día que te vas, he completado el último entrenamiento de la temporada de mi debut en los banquillos. Una temporada dura pero en la que he intentado dejarlo todo como tú siempre has hecho aquí, como nos has enseñado. Ojalá algún día podamos saludarnos en Los Cármenes como rivales, pero siempre con la profunda admiración que siento hacia ti.

Muchísima suerte en todos los retos que decidas afrontar porque te lo mereces, pero sobre todo, gracias infinitas por enseñarnos que para lograr lo imposible, basta con no saber qué lo es y dejarlo todo. Gracias por hacernos los más felices del mundo. Gracias infinitas por cruzarte en nuestro camino, ídolo.

Alberto.